Él
era cálido. Pero con eso no quiero hacer referencia a la temperatura
de su cuerpo porque absolutamente todo de él era cálido. Nunca voy
a olvidar el momento en cual lo conocí, me pareció tan dulce en todo aspecto. Su sonrisa era contagiosamente
cautivadora, tan cálida como un rayo de sol en un día de invierno.
Sus ojos eran profundamente azules como si estuviera en el fondo del
mar. Sus cabellos castaño oscuro y desalineados combinaban a la
perfección con la forma de su rostro, tan masculino pero a la vez
tenía esa pizca de inocencia. Él era alto y me enternecía cuando
inclinaba su cabeza para poder mirarme a los ojos cuando hablaba. El
tono de su voz era tan sereno y agradable como el ruido del mar. Su
aroma me recordaba al dulce olor de la lluvia de verano mojando el
pasto. Tenía una belleza realmente genuina, tan natural. Y no sólo
era bello externamente, sino que también destacaba en su belleza
interna. Su bondad era lo que más resaltaba porque realmente se
notaba que era de esas personas que no lastimarían ni a una
insignificante mosca. Ni siquiera podía imaginarlo en un ataque de
furia. De hecho cuando se enojaba a causa de lo cotidiano, él sólo fruncía el ceño, quizás decía alguna mala palabra y después
seguía como sin nada. Era una persona tranquila y me lo transmitía
muy bien. Era dulce, lo cual provocaba que mi corazón se enternezca.
Su simpatía era muy auténtica y el ser gracioso le salía por si
solo.
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